miércoles, enero 06, 2010

¡Atacaron Homero Poncho!


¡Atacaron Homero Poncho!




El pobre salió a mear y lo atacó un pero cruza entre dálmata y labrador; es decir, un gigante de categoría asesínica u_u



Peculiar escaramuza que toma como protagonistas al honorable Homero Poncho, de buena gracia, y al temible Dark I, primero de su dinastía.



La noche era serena, el satélite de peculiar tamaño surcaba lentamente los cielos del planeta Tierra, relucía lleno y bañaba los cuidados jardines de la gente de bien con una luz suave pero brillante. El ambiente era cuanto menos apacible.

Un castillo, de un blanco inmaculado, se alzaba sobre unos jardines de arbustos y flores exóticas. El césped formaba cuatro jardines cuadrangulares y por su centro dos caminos se dibujaban tan simétricamente que hacían a uno pensar en lo peculiar que resultaba el paisaje aquel, tan perfecto. El soberano de toda esta inmensidad no era otro que el benerable Homero Poncho. De él numerosas historias habíanse contado; de boca en boca, los juglares habían cantado en tiempos pasados con enorme placer las increíbles historias del soberano, abuelos durante generaciones habían relatado extraños mitos que rodeaban a “aquel que vive en el palacio de nieve”, y la muchedumbre en general recordaba con jolgorio las coloridas fábulas que de Homero Poncho se desprendían.

Pero eso no interesa ahora o, al menos, no interesa sobremanera. Lo que hoy contaré sucedió una noche como cualquier otra…

Deseoso de un paseo nocturno, el precioso Poncho atravesó la enorme puerta de madera de su enorme castillo de ladrillos duros como la roca. Su pelaje de un blanco más blanco que la nieve misma ondeaba al compás de unos pasos que parecían haber sido ensayados durante extenuantes sesiones de modelaje, pero lejos de ser cierto, esos pasos eran naturales de la belleza innata de Homero. Su noble descendencia hacíase notar en el trote corto y dulce con el que recorría sus dominios, tan extensos que sus límites eran el mismísimo horizonte, allí lejos, donde nadie había estado.

Una vez hubo llegado a la preciosa hilera de arbustos reales que Ofendio el jardinero cuidaba celosamente, decidió recorrerlos mientras se sumergía en pensamientos profundos; pensamientos nobles, pensamientos puros. Nunca había recorrido aquel sector del jardín con tanto gozo como en aquel momento, pero la luna brillaba tan extasiada y la suave brisa veraniega era tan sugerente, que ordenó al súbdito que venía consigo esperase al resguardo de una galería y entregose a la dichosa tarea de simplemente recorrer los arbustos, cuidados arbustos. El momento era casi de ensueños; la luna, la brisa, el anochecer, los colores, todo se configuraba para deleitar los sentidos.

A su vez, la paz que gobernaba el reino de este justo y noble soberano era tal, y los súbditos estaban tan enteramente agradecidos de ello, que las medidas de seguridad que rigieran en otros palacios, castillos o cosa parecida, se aplicaba a estos palacios o castillos, no aquí. Aquí cada mercader, sirviente, guardia y hasta el más pobre de los súbditos era tratado con justa benevolencia y se procuraba que la población toda prosperase siempre. Por esto es que las medidas de seguridad, muros de piedra, armas de fuego, espías, y cualquier animosidad eran cosa del pasado, una mera formalidad en aquellos días de paz ininterrumpida.

Sin embargo fuera del reino de Homero Poncho, extraños sucesos ocurrían con una constancia cada vez más inquietante. Varias veces se habían avistado centinelas rondando los límites del reino, sin atreverse a entrar, pero siempre presentes. De su actitud sólo podía especularse, pues no se tenía constancia de un reino enemigo en las cercanías ni mucho menos, el benévolo reino de Homero Poncho era bien considerado en miles de leguas a la redonda. Aun así el infortunio se hizo presente aquella noche, rompiendo con la belleza y la pasividad que gobernaba el lugar.

En la frontera del Oeste vivía uno de los amigos íntimos de la familia Real. Nadie hubiera osado tan siquiera colocar un solo centinela, pues no era necesario colocar un límite tan estrecho con su amigo mas íntimo, simplemente no tenía objeto hacerlo. Pero de tal manera corrió el dado que esa misma noche en la que el honorable Homero paseaba por los jardines a la luz del brillante satélite, un peculiar personaje, expectante, silencioso, refugiado dentro de una cueva esperaba. Allí mismo en las tierras del amigo del soberano, a sabiendas de que nadie pensaría nunca jamás una traición por ninguna de las dos partes, teniendo aquello como ventaja, el ser esperaba.

De este personaje poco se conoce, incluso en estos días. Según se sabe decir, se trataba de Darko I, primero de una larga dinastía. De un pelaje negro, tan negro como el miedo mismo, Darko I era conocido por el vulgo por su gran tamaño y fiereza incomparable, aunque dentro de sí fuera tan benévolo como Poncho. La gente experimentaba temor, genuino temor cuando Darko I se acercaba, aunque tan sólo fuera para dar un afectuoso saludo. Existe incluso una leyenda acerca de un duro enfrentamiento entre éste y un peculiar Colorado, también de enormes proporciones, pero poco se sabe de ello y, como todos sabemos, las leyendas siempre se alejan considerablemente de la realidad y es peligroso confiar en ellas.

En fin, esa noche de tragedia Darko I atacó a Homero. El soberano se encontraba concentrado en admirar sus extensos y bellísimos dominios, concentrado en cada hoja de arbusto, que relucía con la luz de la luna como si fuera el comienzo mismo de la primavera. Tan concentrado y deleitado se encontraba, que no pudo ver a Darko I, ni tan siquiera imaginar algo similar, una tragedia tan inesperada.

Darko I, cuando descubrió su oportunidad tras el pasar de unas doncellas de orgulloso porte, se lanzó al ataque con una velocidad inigualable. Apenas era visible entre las sombras. Su oscuro pelaje lo volvía invisible, un fantasma aterradoramente veloz, un fantasma de la tragedia. Salvaba pequeños obstáculos con saltos agilísimos, y esquivó con presteza única al súbdito que salió a su encuentro, a la salvaguardia del benévolo Homero, que no salía de su asombro y petrificado observaba la increíble escena que se desarrollaba. Ahora que se encontraba sin nada que pudiera intermediar con los augustos ojos del soberano, y sabiéndose muy superior en tamaño, se arrojó con un salto tan fugaz que ni tan siquiera la luna, la bella luna pudo anticipar, y atrapó a Poncho. Dio una feroz dentellada en el lomo del más pequeño y cuando estaba pronto a dar la segunda dentellada, el toque de gracia, el fiel súbdito arrojose sobre Darko I y con un valor que pocos hombres en la humanidad han sabido demostrar -pues en tamaño era incomparablemente menor-logró abatir por el momento al agresor, dando escaso pero suficiente tiempo a Homero Poncho para que se refugiara dentro de su palacio blanco, apenas corriendo, cojeando del lado izquierdo a causa de una de las profundas heridas. A su vez, otros dos súbditos, que habían oído de la escaramuza mientras descansaban en sus recámaras, habían acudido prontos al lugar y reducido a Darko I con ayuda de ciudadanos de reinos circundantes.

De Darko I poco más se sabe. Luego de aquella entredicha se perdió su paradero, y hay quienes afirman que recorre el Monte de los Penitentes, arrepentido de lo que alguna vez fue el peor acto cometido. Aun así nunca se ha podido determinar el objeto de aquel ataque, traicionero como se antoja en este momento. Algunos suelen decir que fue a causa de un presunto irritante comportamiento de Homero Poncho al seducir a doncellas que Darko I conocía bien y de hecho convivía con algunas de ellas, otros alegan que simplemente había sido poseído por el mismo Lucifer, quien no soportaba que algo tan puro como el precioso Poncho existiese sobre la tierra y se proponía exterminarlo.

Pero todo esto son sólo habladurías que han sido transmitidas de boca en boca y no podemos fiarnos de ninguna de ellas. Además, por lo poco que se sabe, el augusto Homero Poncho acabó con sólo dos heridas sobre su lomo que, siendo en un principio profundas, pronto curaron con ayuda de una Vetevinista de la que nada se sabe. Se dice que vertió unos líquidos de extraños colores y aromas sobre las dos heridas de Poncho y pronto el soberano recuperó su movilidad y vivió por largos, largos años en los que trajo prosperidad y jolgorio como supo hacerlo desde siempre. Así pues, ciertas o no las leyendas y mitos que circulan, lo cierto es que el grande Homero Poncho sobrevivió y continuó con un linaje que, según se dice, aun hoy tiene descendientes.

1 comentario:

Estefanía dijo...

homero poncho(L) te amo gordo. hablame por el eme :(

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